El mundo intelectual suele considerar que las  películas de Olmedo y Porcel son ejemplos de
cine complaciente con la dictadura militar. Es una apreciación al menos
cuestionable. En primer lugar deberíamos distinguir entre aquellas películas
que fueron panfletos evidentes a favor del proceso y aquellas otras que no
cuestionaron pero tampoco defendieron. 
Por otra parte, la saga de Olmedo y Porcel  empezó antes de la dictadura. La primera se
estrenó casi al inicio de la primavera camporista, y para el 24 de Marzo del
76, ya se habían hecho cuatro.  A diferencia
de las vergonzosas películas que hicieron Palito Ortega, Carlitos Bala y Los Superagentes,
las del dúo cómico carecen de toda referencia velada o explicita a favor del régimen:
no muestran a justos y heroicos parapoliciales luchando contra subversivos
inmorales y asesinos. Ni siquiera aparecen policías en ellas, y cuando lo
hacen, tienen un papel secundario carente de todo simbolismo, tan solo al
servicio de algún gag de los comediantes principales. 
La excepción es de 1978, año del fraudulento mundial de
futbol. Hugo Moser, defensor confeso de la dictadura –incluso en plena
democracia- dirigió un despreciable panfleto llamado “Encuentros muy cercanos
con señoras de cualquier tipo”, en el cual los cómicos se engolosinan dando
vivas a la grandeza de la Argentina, que ha demostrado con el triunfo deportivo
lo derecha y humana que es. Así que esta película lo ubica a Olmedo en la misma
categoría en la que están los actores de “la
fiesta de todos”, un film inequívocamente propagandista de la dictadura militar,
a pesar de que su director, Sergio Renán, considere que es injusto considerarlo
así. Basta solo con prestar atención al título para comprender la postura del
film: no podía ser de todos una fiesta que se hacía en un país con presos
políticos, secuestrados, desaparecidos, asesinados y perseguidos. Exactamente a
los veinte segundos de iniciada la película, aparece un primer plano de la cara
de Videla, repetido a los 40 segundos, mechado con una bandada de pacificas
palomas que levantan vuelo. Hugo Sofovich y Mario Sábato también aportaron su
esfuerzo creativo al guión de esta infamia cinematográfica.
Volvamos a las películas de Olmedo y Porcel.  Se puede intentar una clasificación de toda
la filmografía del periodo 1973-1988, incluyendo tanto ejemplos del dúo, como de
Olmedo solo. 
Olmedo en el llano:
incluye las películas en las cuales Olmedo y Porcel representan a dos tipos que
se creen piolas pero en realidad son dos nabos. Ejemplifican el biotipo del
porteño canchero, que se considera irresistible con las mujeres, sabedor de
todos los trucos, mas vivo y mas astuto que cualquiera, con dotes como para
aventajar a los demás en beneficio personal. Ese autoengaño se va cayendo a
pedazos a lo largo de la película: las mujeres los desprecian o los consideran
degenerados abusivos, los que parecían mas tontos que ellos terminan ganando,
las empresas que acometen fracasan una tras otra, sus ardides de estafadores
son descubiertos, etc. Al final, pierden la partida, y para peor, jamás
reconocen que son dos imbéciles. Las mujeres mas pulposas, a las que ellos
intentan ganar por medio de la fuerza o el engaño, nunca acceden a sus
requerimientos amorosos. Por lo general en estas películas Olmedo y Porcel
nunca cogen, y si lo hacen, esto les resulta oneroso y conlleva un castigo
posterior (las esposas los cachan, los jefes los echan, las amantes se van) Invariablemente,
representan personajes de modesta posición económica: empleados rasos,
comerciantes de poca monta, profesionales sin éxito, buscavidas, obreros del montón.
Estas son las películas mas
efectivas de todas, precisamente por la falta de efectividad de sus personajes:
es el viejo recurso del bombero que intenta apagar el fuego pero lo aviva, o
del policía que intenta detener al ladrón pero sin querer lo favorece; es
decir, el torpe que sigue adelante con su torpeza, recurso que fue utilizado en
miles de comedias de todo el mundo.
La mayor parte de la filmografía se encuentra aquí, con
mejores o peores resultados.
Olmedo en el poder:
incluye las películas en las cuales Olmedo personifica a sujetos prestigiosos y
encumbrados: ejecutivos, empresarios, respetables abogados. A la inversa de la
primera categoría, estos hombres generalmente se sirven de las asimetrías de
poder que los favorecen para conseguir beneficios personales -casi siempre mujeres-.
Dado que corren con ventajas, no suelen fracasar en sus intentos. 
Aquí encontramos a las peores películas de la serie.
Olmedo genera empatía y risa cuando es un ramplón o un miserable apesadumbrado
por su inferioridad de condiciones, tal como reseñamos al tratar sus personajes
televisivos; en cambio cuando se convierte en poderoso y exitoso pierde toda
gracia, a menos que ese poder se presente descosido y rotoso –el dictador de
Costa Pobre, el manosanta- . En estas películas –no casualmente, las menos
conocidas de la serie- Olmedo es menos Olmedo que nunca.
Olmedo contrariado:
Incluye las escasas películas en las cuales el personaje de Olmedo se encuentra
atribulado por algo. Es un Olmedo que puede tener rasgos de viveza criolla
–como los de la primera categoría-, pero su rasgo principal es la duda, la
inseguridad de carácter, incluso la desdicha. Estas son las mejores películas
de Olmedo, las mas alejadas de las chacotadas habituales, las que dejan un
sabor amargo al final, a pesar de seguir siendo comedias ligeras.
De la primera categoría podemos rescatar especialmente a “las mujeres son cosa de guapos”. A
diferencia de las otras, aquí tenemos algo mas que una serie de gags
hilvanados. Tenemos una historia de fondo. Aun mas: tenemos un sainete criollo.
Recordemos algunas características de ese género teatral.
Sus personajes (estereotipados en beneficio del entendimiento del público), su
ambientación y sus conflictos tenían que ver con la argentina inmigrante de
principios de siglo. Su escenografía era invariablemente un conventillo, en el
cual abundaban la picardía criolla, los guapos y las percantas.  Los conflictos
sentimentales estaban a la orden del día, y si bien las obras eran humorísticas,
había una nota trágica. En definitiva: un género típicamente porteño.
El sainete, además, era una forma de reflexión sobre la
situación del país y sobre las condiciones de vida de las clases subalternas. 
Todo esto es “las
mujeres son cosa de guapos”, un sainete criollo sin conventillo.
La acción transcurre durante la denominada década infame. Años 30. Jacinto (Porcel)
y Rufino (Olmedo) son dos peones rurales, conchabados a la fuerza por el
caudillo conservador de la ciudad, un Javier Portales que bien podría ser
Alberto Barceló. La mano derecha del caudillo es un guapo violento interpretado
por Rodolfo Ranni, que bien podría ser un Ruggierito sin carisma. Los
conservadores representan toda la podredumbre institucional de esa época: se
sirven de compadritos de ocasión para imponerse en las barriadas, regentean
prostíbulos, cometen fraude en todas las elecciones y asesinan a todos los
opositores que pueden hacerles sombra. Son los vivos, los inmorales. Sus
adversarios, los radicales, son todo lo contrario. Serios hasta la medula,
formales, poseedores de una moral rayana en lo monástico; hasta se podría decir
que son tediosamente acartonados. Pero por sobre todo, defensores de la
democracia y de las instituciones. Este conflicto moral también es propio del género.
Olmedo y Porcel se encuentran justo en el medio: son forzados a servir al
caudillo conservador, pero en el trayecto conocen a dos mujeres que están allí
luchando por sus causas individuales, que son a la vez la causa de la
oposición. Susana Giménez es la viuda de un candidato radical asesinado por
Ranni, y Moria Casan es la hija de un bodeguero mendocino estafado por el
caudillo. Como suele pasar en estas películas, los dos cómicos se creen mas
vivos que todos, pero resultan ser dos inútiles. Ellas, que son mas lucidas, se
aprovechan de ellos para lograr sus objetivos. Ellos, medio para levantárselas
y medio para evadirse de la servidumbre, aceptan colaborar. 
Al final, el abuso conservador es vencido. Los
fraudulentos son neutralizados y deben obedecer el juego democrático. 
La película se estrenó en 1981, durante la dictadura
cívico militar, que ya llevaba 5 años usurpando 
el poder. El presidente de facto era Roberto Viola. 
Para ser una modesta comedia ligera interpretada por dos cómicos
populares,  la escenografía, las
locaciones, la vestimenta y el tipo de lenguaje utilizado son de una calidad
notable. Hay detalles que además de totalmente verosímiles, son fieles a la
época que representan (por mas que algunos sean anteriores a la década del 30):
el italiano del organito para que baile Olmedo con Porcel –al principio, el
tango se bailaba entre hombres -, el descascarado patio del prostíbulo con las
sillas a la intemperie donde los hombres esperan su turno, el café con su
boiserie y sus botellas. No hubo chapucerías en la decoración del prostíbulo “de
lujo” –así lo revela el esmerado moblaje, el papel tapiz de colores recargados,
los gruesos cortinados de lujo- ni tampoco fue apresurada la elección de los
exteriores: no hay fachadas modernas, ni calles asfaltadas, ni casas que
desentonen con el espíritu de época. La mesurada dosificación de terminología arcaica
(rana, chafe, maula) completa la
ilusión. 
Olmedo hace de las suyas cuando debe dar un discurso en
un acto proselitista. Tal como había aprendido de Fidel Pintos, despliega una sanata. Habla sin decir nada con el tono
típico de todos los políticos que están en un acto –que impostadamente cambian
de entonación y de cadencia como si la altura de la tarima les impidiese hablar
de la misma manera que al ras del piso-.
El final se aleja de los nefastos remates de otras
películas: en “expertos en pinchazos”,
el peor de todos, Olmedo y Porcel, entre risas cómplices, drogan a las dos
protagonistas para poder violarlas. En “las
mujeres son cosa de guapos”, por única vez, las mujeres deciden tener relaciones
con ellos, como premio por haberlas ayudado a vencer a los fraudulentos
conservadores. Por lo menos, es un avance. 
En donde las drogan para abusar de Moria y Susana es en A los cirujanos se les va la mano, no en Expertos en pichazos.
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