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| Cuatro asalariados cansados | 
Borges decía que un escritor (un artista) debe aprovechar
todo lo que le es dado en beneficio de su obra. La desdicha, la enfermedad, las
incomodidades de la pobreza, los “comunes casos de toda suerte humana” deben
ser la materia de la creación artística.
Alberto Olmedo supo hacer esto. 
Guiado por la intuición antes que por el estudio, creo
una galería de personajes nacidos de su propio trayecto por la miseria. Los mas
notables son aquellos que exhiben los  patetismos y arbitrariedades que sufre cualquier
empleado en relación de dependencia.
Pérez es el oficinista de bigote cansado que para
conseguir un ascenso no duda en cortejar a su jefe, e incluso renuncia a su
calidad de vida y a la de su familia para lograr su objetivo. Hay en esto una
paradoja irracional: Pérez le regala a su jefe los muebles, los
electrodomésticos, la casa toda, a cambio de una prometida gerencia que nunca
llega. El ascenso social le importa destruir su calidad de vida, aquella que
quiere mejorar alcanzando el nuevo puesto ¿O es que Pérez tan solo quiere ser
gerente para sentir el poder? -¿Cómo
recibiría a unos empleados que le piden aumento? lo evalúa su jefe –¡Atrás! ¡atrás!,  ensaya Pérez su despotismo. El trabajo ya no
es solo un medio de subsistencia, es una carrera por el poder, aunque este sea
modesto y se limite a las paredes de una empresa. La clase media sabe de que se
trata esto: la lucha por una especie de Lebensraum laboral, actuando incluso
contra los compañeros de infortunio. La salida individual.
Pérez, gracias a olmedo, no es un hombre eufórico. Sus
modales son mas bien los de un sujeto entregado, no solo ante el jefe, sino
ante la propia esposa, que cuando se queja de las incomodidades recibe un
conformista “y bueno, tené paciencia,
siempre que llovió paro”. Es un acierto que Pérez, el oficinista de traje y
corbata, en la intimidad de su hogar solo se quite el saco pero no la corbata para
cubrirse con una manta al modo de los mendigos, y se caliente al fuego de un
brasero colocado en el centro de su living: Pérez sabe que, en el fondo, mas allá
de su cuello blanco, no es mas que un desharrapado transitoriamente a
resguardo, un proletario prescindible como todos; y que su situación es tan
voluble y tan frágil como la de cualquier trabajador. Pérez se arrastra
miserablemente, sabe que ese es el juego, e íntimamente sabe que va a perder
siempre.
Olmedo, como Pérez, había probado el sabor de la pobreza
y entendido que lo que se gana hoy se pierde mañana. Sabía que de ayudante de
carnicero podía pasar a obrero calificado en una imprenta, pero también, que
podía descender a tiracables. Esa aceptación de la deriva constante se transmuta
en la mirada cansina de Pérez, en el aplomo de sus palabras, en la mueca triste
de su boca.
Varios escalones por debajo de Pérez esta Rogelio Roldan,
el eterno cadete al servicio de un dictadorzuelo que hace las veces de jefe. En
los primeros capítulos, el personaje interpretado por Vicente La Russa tenía
acento y apellido nacional, pero en una sagaz vuelta de tuerca, le fue otorgado
nombre y acento alemán, lo que desde luego lo hizo mas temible y despótico.
Roldan, que también acata sin mas su destino de superexplotado, trabaja de 0 a
24, recibe un sueldo irrisoriamente bajo y es maltratado físicamente por su
dictador-jefe. Como sucede con los líderes fascistas, Herr Holss no solo quiere
que su empleaducho le tema, también quiere que lo admire: le cuenta estúpidos
chistes y espera la risa complaciente de Roldan, cuya supervivencia entonces no
solo será hija del obedecimiento sino también de la obsecuencia. Cuando Roldan,
en un sollozo, le confiesa que por culpa de estar siempre en el trabajo su
mujer ha conseguido otro padre para sus hijos, el dictador lo consuela
diciéndole que debería sentirse contento de que otro hombre lo ayude en la
casa: convencer al dominado de lo saludable que son las consecuencias de la
dominación es otro rasgo de los totalitarismos.
El semblante de Roldan también es de un entregado que
repite mecánicamente su denigrante rutina, pero a diferencia de Pérez, ni
siquiera hace esfuerzos por cambiar de escalafón. Simplemente se deja apalear y
cumple con su función, hasta el punto de tener una existencia mas acorde con lo
vegetal que con lo humano.
De otro estilo distinto es la explotación del peón cordobés
que asiste al contratista interpretado por Eddie Pequenino. También se trata de
una relación entre un jefe despótico y un empleado sumiso, pero con un
condimento xenófobo. El experto italiano habla sin parar y da explicaciones
técnicas en un difuso cocoliche. Estamos en presencia del  típico “inyenieri” hijo de la posguerra. El
ayudante provinciano, en cambio, permanece en el mutismo mas absoluto, y solo
abre la boca para traducir, con la verba sintética del criollo, la larguísima
perorata del industrioso itálico. Vemos aquí representada una de las
herramientas mas utilizadas por los emigrantes de todo tipo: el silencio.
Llegado a una provincia o a un país que no es el suyo, el trabajador humilde se
parapeta en el ostracismo, temiendo abrir la boca y equivocarse en el idioma y
en lo que opina, porque sabe, con lucidez y amargura, que está jugando de
visitante, y que cualquier desliz se le cobrara con la expulsión del trabajo
primero, y con la expulsión del país después. Se calla no porque no tiene nada
que decir, sino porque lo que tiene para decir es mucho y es malo. Se trata de
un doble yugo: ser trabajador y ser expatriado. 
El cordobés de Olmedo, además de traducir, atina de vez
en cuando a expresar su desdicha por el desarraigo. Cada vez que el italiano menciona
a Córdoba, el peón llora por lo que perdió. El italiano lo consuela, porque no
olvida que él también ha sido, una vez, un desarraigado. Pero ese recuerdo no
le impide hacer ahora lo que antes hicieron con él. Cuando el cliente le pide
que inicie las reparaciones del caso, él se enoja y con horror aclara que es
contratista, y que el operario es el otro, lo que equivale a decir: “yo no me
engraso mas las manos, ni cumplo mas órdenes. Ahora hago que otros se engrasen
las manos cumpliendo las ordenes que yo les doy. Ahora soy patrón. Mis
instrumentos son la persuasión, el verso, la labia para demostrar que proveo un
servicio necesario”. Para rematar, mientras el dócil provinciano encara el
trabajo, el contratista, en una confesión al cliente, dice: “estos cabecita negra complicano tuto”.
El explotado se convirtió en explotador y lo exhibe como credencial que
reafirma la aceptación del país que lo acogió. 
Olmedo fue también un cabecita negra. Un rosarino pobre
llegado a la capital, que buscaba su lugar en la televisión pero mientras tanto
debía trabajar de empleado raso donde fuera, 
pernoctar en deprimentes pensiones, comer poco y extrañar a su familia.
Todo eso, sin embargo, no logro hacerle abandonar sus aspiraciones. Como el
parco cordobés cuando descolgaba su bolso antes de empezar a trabajar, le hizo
un corte de mangas a la adversidad.
Además del muestrario de trabajadores denigrados, tenemos
en algunos sketchs de Olmedo ejemplos de otro tipo de miserias, aquellas que
tienen que ver con la chapuza y la estafa. 
El manosanta, por ejemplo, es un estafador de bajísima
catadura moral, porque roba y abusa aprovechándose del sufrimiento ajeno y de
la asimetría de poder que genera imponiéndose como una especie de semidiós
sobre la tierra; reforzando sus propias destrezas con amuletos absurdos,
escenografías patéticas y vestimentas ridículas. Se da en él una mixtura entre
el empleado Pérez que quiere ganar ascensos y poder, y el contratista italiano
que ha pasado de ser explotado a explotador: recordemos que los orígenes del manosanta
hay que rastrearlos en Capeletti, un empleado de poca monta que es traicionado
por su compañero de trabajo y echado por su jefe. Luego, intenta reinsertarse
en el mundo laboral sin suerte, hasta que toma el atajo fácil: para dejar de
ser un maltratado social, se convierte en maltratador profesional. 
Otro ejemplo de miserabilidad es el dictador de Costa Pobre,
que comanda un país brutalmente grotesco basándose en sus caprichos
irracionales y en un poder omnímodo. Costa Pobre es un conglomerado de
ridiculez y berreteada. Su ministro de educación es analfabeto, los trajes de
los ministros oscilan entre el uniforme militar y la ropa de linyera, y el
busto del prócer histórico mas importante tiene unas bananas a modo de peluca.
Todos estos logros de Olmedo conviven con otros sketchs
donde hay altísimas dosis de homofobia, misoginia, cosificación de la mujer, jactancia
del abuso de menores, relativización de la violencia de género y festejo del
proxenetismo.
Una primera explicación puede remitirse a la época: ese
humor no era mas retrogrado que la sociedad que lo pario. Todo lo que se avanzó
después en cuanto a igualdad de género y libertades individuales era en ese
entonces aún lejano. Recordemos que recién en 1987, época de oro del programa
de Olmedo, se había podido aprobar la ley de divorcio vincular. Pero el
contexto histórico no justifica aquellas barbaridades, solamente da una
explicación tentativa al porqué de su utilización impune y recurrente. Todos
esos recursos eran utilizables porque no estaban penalizados culturalmente tal
como lo están hoy. La naturaleza humana es siempre la misma, pero los avances
sociales hacen que la parte mas negativa de nosotros mismos tenga cada vez
menos canales de expresión. 
Los homosexuales eran representados estereotipadamente y
de modo grotesco, ampuloso, desmedido. Esto puede justificarse concediendo que,
en un programa de humor, todos los personajes tienden a ser caricaturas. Los
jefes explotadores de los que hablamos también eran estereotipos llevados al
extremo, al igual que los empleados explotados. Lo que no tiene justificación es
la valoración peyorativa que se hacía de la homosexualidad. Casi siempre los
gays eran personas que parecían querer imponer su orientación sexual  a los 
heterosexuales de  modo persecutorio.
Por eso, los “normales” escapaban aterrorizados de los gays como si fuesen
vampiros. Cada vez que Borges aflautaba la voz y torcía la muñeca, Álvarez se tapaba
como quien ve  a una persona resfriada estornudándole
en la cara. 
La mujer era, sin lugar a dudas, la que llevaba la peor
parte. La actuación femenina en esos programas estaba limitada a lo ornamental,
y en el mejor de los casos, a dar el pie para que las figuras principales
–siempre hombres, por supuesto- hicieran su gracia. Los hombres para el humor y
el carisma, y las mujeres para mostrar el culo y las tetas. Esa era la
síntesis. Pensemos en lo alejado que esta eso de programas como los de Gasalla,
Cha Cha Cha o Cualca, donde las chicas están en plena igualdad con los hombres
para hacer reír. No es casual que mas de diez años después, cuando ya el género
humorístico se había democratizado bastante, Hugo Sofovich insistiera con aquella
formula sexista en “rompeportones” - con la tibia inclusión de Ana Acosta
haciendo algún que otro numerito-. El lugar común que sostiene que las mujeres
no son tan graciosas como los hombres es una falacia. Lo que hay –o lo que
hubo- es un monopolio de los hombres en todas las actividades, incluso en la
comedia. Las mujeres no pueden hacer chistes porque no las dejan.
Esa cosificación de la mujer en el funcionamiento del
programa se daba también a nivel discursivo. Siempre el chiste hacia ellas tenía
el mismo contenido, solo cambiaba la forma. En sus actuaciones, Olmedo no se
cansaba de tratar a las mujeres como prostitutas a las que solo había que
ponerle precio para acceder a sus vaginas. Todo eso condimentado con apoyadas,
manoseos y tocadas de culo. En el sketch de Álvarez y Borges, Silvia Pérez era
apoyada por Olmedo y Portales, al igual que Divina Gloria. En el sketch del
manosanta, toda mujer apetecible que entraba a escena era santificada con el
pene del curandero en los fondos del consultorio. Y así por el estilo. 
Pero eso no era lo peor. Lo mas denigrante fueron los
chistes basados en la trata de personas. Hoy parece increíble, pero se
utilizaba como recurso humorístico el decir que Olmedo era un proxeneta. En un capítulo
de Álvarez y Borges, por ejemplo, Olmedo recibe a varias chicas jóvenes y hermosas
y les dice que vuelvan por la noche a su casa, para hacer unas pruebas de
modelaje. Luego, Portales cita como al pasar una noticia en el diario sobre un
prostíbulo abierto en la misma dirección de la casa de Olmedo. Las risas
estallan, a todos les parece gracioso que Borges sea un delincuente encubierto.
La trata de personas implica secuestrar mujeres,
mantenerlas cautivas, someterlas a torturas y 
violaciones periódicas, y en muchos casos, finalmente aniquilarlas.
Entonces, ¿a alguien le daría gracia un chiste en el cual se descubre que Olmedo,
o quien sea, es en realidad miembro de un grupo de tareas y tiene varios desaparecidos
en su haber? Es exactamente lo mismo. 
Esa clase de humor no solo denota menosprecio por las víctimas
y relativización de un delito gravísimo, sino también una profunda falta de
creatividad. Se puede hacer humor con todo, pero toda gracia implica una toma
de partido por el opresor o por la víctima. Esta clase de chistes, sin lugar a
dudas, festejaba al victimario y se burlaba de los sufrientes.
Algunos párrafos atrás, sugerimos que Olmedo interpreto
bien a los explotados laborales porque el mismo fue uno de ellos, y supo crear
a partir de su propia historia. No podríamos sostener lo mismo para este
aspecto que tratamos ahora. Las referencias biográficas sobre la vida personal
de Olmedo no lo muestran como a un rígido patriarca  o un machista confeso que hacía con las
mujeres lo mismo que sus personajes. Los que lo conocieron han contado que era un
hombre cortes con el sexo opuesto, amable, incapaz de maltrato físico o
psicológico. Terminados los sketchs donde proliferaban los manotazos y los
simulacros de ahorcamiento, pedía perdón a sus actrices y se preocupaba por no
haberlas dañado en serio. 
En una comunidad artística en la que abundan los personajes
conflictivos, Olmedo tiene el mérito de no haber sido manchado nunca por
escándalos de ese tipo. Es difícil, sino imposible, encontrar un colega que
hable mal de él, o alguien que revele alguna trapisonda de algún tipo en la que
haya participado. No hay ningún hecho resonante en el que haya estado
involucrado, a excepción quizás de la separación momentánea de Nancy herrera y
el distanciamiento de Cacho Fontana por ese mismo motivo, pero es un suceso
casi trivial si lo comparamos con los casos de actores que han sido denunciados
por sus mujeres como golpeadores, o los que han frecuentado a las dictaduras de
turno, o los que estuvieron enredados en estafas y corrupciones. El único escándalo
público de Olmedo fue su propia muerte. Aparte de eso, su vida privada era
sencilla y silenciosa. Se había recuperado con creces de su situación económica
humilde, pero eso no le impidió vivir de manera muy poco ostentosa. En el cenit
de su carrera, vivía en un departamento común y corriente del barrio sur de la
capital, frecuentaba a los mismos amigos de sus épocas de pobre y comía en los
mismos lugares de siempre. 
 
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