lunes, 4 de mayo de 2015

Olmedo: reivindicación, rechazo y reivindicación otra vez (última parte)


Reseñaremos ahora las dos películas de la última categoría: La primera, de 1975, se quiso llamar “mi novia el travesti”, pero la censura de Paulino Tato la redujo a “mi novia él”. La otra es de 1976: “basta de mujeres”.

“Mi novia el travesti” es, tal vez, la primera película argentina que basa su argumento en el tema de la homosexualidad. Podríamos encontrar ejemplos en el cine “serio” de años anteriores, pero siempre a cuentagotas, nunca como eje central de la trama (recuérdese “la tregua”, de 1974, en la cual aparece el conflicto del padre que descubre la homosexualidad de su hijo).
La película se inicia en el epicentro de la porteñez, que es también el mayor monumento al falo, y por ende, al machismo nacional: el obelisco. “aprende de papá: siempre firme  día y noche”, le dice Olmedo a un amigo que es abandonado, como parte de su despedida de soltero, en plena plaza de la república, desnudo y cubierto de harina. (1)  
Olmedo interpreta al típico macho de barrio, con la típica duplicidad que lo caracteriza: todas las mujeres son putas que merecen ser cogidas, todas, excepto las de la familia: Olmedo le prohíbe a la hermana que vaya al cine sola, y la obliga a ir con su madre. Mientras tanto, él despliega su virilidad constantemente, y se jacta de lo rápido y voraz que es con el género femenino.
Esa conducta machista va de la mano con una virulenta homofobia, demostrada cuando está mirando un show en un cabaret con su pandilla de amigos, y se enardece al descubrir que la mujer sobre el escenario es en realidad un travesti llamado Dominique . A los gritos, la insulta y la desprecia, indignado por lo que considera una afrenta a la moral y las buenas costumbres del macho argentino.
Aquí tenemos un elemento clave: la presión de grupo. Frente a sus amigos, Olmedo siente la compulsión de remarcar a los gritos su virilidad. Al principio, gritándole guasadas a las coristas, después, insultando a Dominique. Lo mismo sucede en “basta de mujeres”: Olmedo intenta conquistar a una compañera de trabajo delante mismo de sus compañeros, para dejar en claro que es bien macho. Como dijo Dolina, con los piropos los hombres no buscan conquistar a las mujeres, sino a los amigos. A ellos quieren seducir, de ellos buscan la aprobación. 

Para que no queden dudas de su condición, Olmedo asegura que si llega a encontrarse con Dominique, la lleva engañada a la cama y después la muele a palos. “a que no sos capaz de hacerlo”, lo prueban los amigos. Le apuestan el sueldo del mes.
Notemos una cosa: Olmedo es un obrero calificado (supervisor en una fábrica textil), con su salario aporta para mantener a la familia, vive en una casa chorizo donde funciona la peluquería de su hermana, no tiene bienes propios.  En cambio, sus amigos son profesionales exitosos: un fotógrafo, un médico que posee consultorio, un comerciante de cierto renombre. Olmedo siente la necesidad de medirse con sus amigos, demostrando su valor y hombría apaleando al travesti. Como mas tarde le confesara arrepentido a Dominique: “yo no me puedo dejar llevar por delante. Ellos tienen guita, posición… yo también quiero tener algo”

En “basta de mujeres” sucede algo muy parecido. Olmedo es un modesto empleado contable, con una vida tranquila. Sus compañeros de oficina deciden gastarle una broma a largo plazo. Los 4 hombres le hacen creer que tienen amantes, y además, que eso es lo mas natural del mundo, casi una regla tacita de la condición de hombre. Olmedo, asediado, no se atreve a contradecirlos. Les inventa una amante que en realidad no posee. Y a renglón seguido, destina todas sus energías y esfuerzos en conseguir una mujer, como sintiéndose  un hombre mutilado al que le han hecho ver su carencia. Es el mismo impulso que genera piropeadores que buscan seducir a los amigos.

Desde 1951, el test realizado por el Dr. Asch ha demostrado que la presión de grupo logra someter a los individuos a la voluntad general, incluso en contra de las percepciones propias mas evidentes y primarias. No solo nos dejamos llevar por lo que opinan los grupos de los que formamos parte sino que además nos culpamos a nosotros mismos de no haber comprendido la opinión mayoritaria, y torcemos nuestro parecer para amoldarnos.  Esto es lo que sucede en las asociaciones  profesionales, en los partidos políticos, en las sociedades conmovidas por una voz totalitaria; y en el caso de Olmedo, es lo que le sucede en el grupo de amigos y en su entorno laboral. Olmedo siente que está en falta, y se apronta a ponerse al día. Por eso se busca una amante, por eso amenaza al travesti. Evidentemente, carece de pensamiento crítico y de una individualidad fuerte, recursos que lo hubiesen salvado de meterse en esos embrollos.

Hemos dicho que Olmedo, el macho de barrio de “mi novia el travesti”,  declara su homofobia a los cuatro vientos. Pero algo sucede: conoce a Dominique e inconfesadamente, termina enamorándose de ella. Esto es algo que conmueve sus profundos cimientos de machista. Se sabe atraído por “el coso ese” -como le dice un amigo-, pero al mismo tiempo se encuentra confundido. Sus ideas no se condicen con sus sentimientos. Intentando entender lo que le sucede,  hace gala de todas las supersticiones y preconceptos del ideario homofóbico. Le pide a su amigo médico que  le administre algún tratamiento o remedio para “curarlo” de ese deseo homosexual.  Luego intenta reencauzar sus dotes sexuales con una prostituta, pero no logra excitarse. Al mismo tiempo, se entusiasma con la idea de satisfacerse con la propia Dominique, pero le preocupa su virginidad anal, pensando que ella le puede hacer “perder el invicto” : para el pensamiento machista, penetrar a otro hombre no es homosexual. Lo gay es dejarse penetrar.

Lo importante es que la película muestra a un hombre enamorado de un travesti. Eso nunca se había mostrado en el cine nacional. Que después se descubra que Dominique en realidad era una mujer haciéndose pasar por travesti para conseguir trabajo, tiene poca relevancia –aunque muestra las limitaciones del guion, su intención de no ir a fondo. Recordemos, después de todo, que esto es una comedia ligera, hecha por actores cómicos.
Olmedo sabe que Dominique es una mujer, pero todos los demás siguen viéndola como un hombre, y por lo tanto, lo consideran a él un degenerado, y a ella un engendro de la naturaleza. Lo interesante de la película es eso: el muestrario de discriminaciones, atropellos y violencias que debían sufrir los que no se amoldaban a la sexualidad oficial de aquella época prejuiciosa.
No hay sitio donde Olmedo no sea tratado con desprecio y burla. Se mueve en un entorno retrogrado y en una época intolerante. En la fábrica, los obreros de brazos membrudos y  torsos fornidos, con las vestiduras cubiertas de  grasas y de aceites, se ensañan con él, se mofan de sus elecciones amatorias, lo acosan buscando pelea –paradójicamente, lo que él había pretendido hacer con Dominique- y finalmente, lo segregan y logran echarlo. Las operarias que antes se dejaban seducir por sus encantos, se le ríen burlonamente en la cara. En la casa no le va mejor: cuando la madre se entera de que el nene “sale con un hombre”, llora a moco tendido, como si la hubiesen anoticiado del fallecimiento de su hijo.
El ápice de este crescendo discriminador se da en la puerta de la fábrica, cuando Olmedo intenta mostrarles a todos que su novia es en realidad una mujer. Nadie quiere escucharlo. Lo obligan a huir a piedrazos. Vuelve a su casa golpeado, sin trabajo, sin novia –dejó a Dominique porque considero que ella era la culpable de su desgracia. En el comedor de la casa chorizo, lo espera una emboscada. Una vecina - que siempre lo deseo y nunca fue aceptada-, coaligada con la madre y con su mejor amigo, le propone aceptar el invento de que la dejo embarazada, para así obligarlo a casarse y con eso borrar los escándalos y la duda sobre su virilidad. El padre de la vecina, un tano indignado por el deshonor hacia su hija, brama furioso un avenimiento.
Otra presión de grupo. Todos lo han ido arrinconando. Primero, los compañeros de trabajo, hostigándolo. Ahora, sus afectos mas queridos: su madre y su mejor amigo. Luego de tanta insistencia, Olmedo no puede mas que acatar lo que decidió la mayoría, aun en contra de sus propios sentimientos: ¡me caso, me caso, me caso!, grita con expresión desahuciada y tono lastimero. Aquí es donde mejor se aprecian las dotes expresivas del cómico, en su mirada resignada y triste.

No es casual que la actriz que interpreta a la madre de Olmedo sea Menchu Quesada, y que el padre de la vecina que armó la emboscada sea Adolfo Linvel.  Ambos actores eran el matrimonio comandante de “los Campanelli”, la prototípica familia argentina representada en la exitosa serie televisiva de aquellos años. Recordemos que ese clan familiar era dirigido por un patriarca rígido, incluso autoritario, y que toda disidencia o comportamiento alejado de la norma debía darse en secreto, a riesgo de ser censurado por el pater familias. Otra familia argentina ejemplar, la familia Falcón, también tiene su representante en la película: Pedro Quartucci, quien interpreta al padre de Dominique.
La generación de los padres, encarnada en esos figurones, es la ley, la que establece lo correcto y lo incorrecto, la moral, las buenas costumbres. En suma: el espíritu conservador y retrogrado.

La escena final es un cuadro amargo. Olmedo, solo, mirando al vacío, resignado frente a la vida que le han obligado a vivir en contra de sus sentimientos, lanza una sencilla autocritica: que boludo…¡que boludo! Otra vez la mirada del hombre entregado, doblegado por las circunstancias.
Hoy puede resultar irreal la idea de un matrimonio arreglado, pero en aquellas épocas era común. Se podrían compilar miles de casos. Mujeres embarazadas obligadas a casarse para no convertirse en madres solteras. Hijas mayores forzadas a buscar matrimonio para evitar una soltería indecorosa. Matrimonios formados por acuerdo familiar para ocultar la vida licenciosa de ella o de él. Casamientos de apuro para cubrir embarazos no deseados, viudeces prematuras, carencias económicas, conveniencias materiales, prescripciones religiosas.
Hay que reconocer en estas críticas la mano de Oscar Viale, guionista de la película, dramaturgo, actor y escritor; que también se había ocupado de la opresión familiar y la moralina en “no toquen a la nena”, “juan que reía” y “el infierno tan temido”.  (2)

Llama la atención el desdén con el cual es recordada esta película. En los ensayos sobre cine de temática LGBT, no se la considera pionera en el tema –a pesar de su audacia por haberse estrenado a orillas de la dictadura, y en un contexto cinematográfico de censura constante-, ya que siempre se comienza la lista de películas a partir de la democracia, cuando era mucho mas fácil y habitual tocar estos asuntos. Las causas de este menosprecio son dos. El primero tiene que ver con lo mismo que la película denuncia. El tema de la homosexualidad no estaba a la orden del día en los años 70, ni siquiera en el progresismo y mucho menos en la izquierda radicalizada de entonces, que en su gran mayoría se manejaba con los mismos prejuicios y preconceptos hacia la mujer y hacia los homosexuales que la derecha mas recalcitrante. Ambos coincidían en asignarle a la mujer el papel de madre y cocinera, y le escamoteaban espacios de poder y decisión. Por otra parte, al ser una comedia y tener a Olmedo como protagonista, sufrió la misma estigmatización que todas las películas de la saga. La intelectualidad y la crítica pretendidamente culta no se toma en serio a Olmedo, y por lo tanto, no se toma en serio a esta película, a pesar de las diferencias notables que posee con respecto a las otras de la serie.(3)

 “Basta de mujeres” también es un trago amargo, aunque menos dramático que “mi novia él”. Olmedo se enreda en una aventura amorosa con Mónica, una compañera de trabajo, que cada vez va ocupando mas lugar en su vida. Su matrimonio se deteriora, su vida transcurre entre hoteles alojamientos y escapadas furtivas, se complica su situación económica, su continuidad laboral; y hasta su descanso diario se ve reducido. Su amante, poco a poco, se enamora de él. Olmedo se ve acorralado por una situación que el mismo buscó y generó. En el trabajo, sus compañeros se confiesan: lo de sus amantes era una broma. Olmedo los mira con desprecio. “nunca van a saber lo lindo que es”, dice, e inmediatamente sale a la calle, trastoca su rostro con una expresión tan lastimera como la del final de “mi novia el” y exclama: “¡que hijos de puta!” Es el mismo momento de decepción que siente en la otra película. En ambos casos , ha sido engañado por sus compañeros, engañado por la realidad, y sobre todo engañado por si mismo, al dejarse llevar por la presión de grupo. Ha quedado solo.
 Notemos que jamás reconoce su fracaso ante los hombres de la oficina -al menos, no cuando están todos juntos-: frente al grupo se deja ver siempre triunfador y satisfecho, por eso la falsa mirada de superioridad ante la confesión de los demás empleados.  Los hombres, delante de los hombres, se sienten obligados a mostrarse como tales. El juego adolescente de ver quien la tiene mas larga se vuelve mas sutil con el paso del tiempo, pero no desaparece.

Si bien “basta de mujeres” no es tan buena como “mi novia él”, desarrolla un tema interesante: las relaciones entre compañeros de trabajo.  Olmedo representa a ese chivo expiatorio que suele haber en todo ámbito laboral, lo mismo que Santini – Antonio Gasalla- y Sierra –Walter Vidarte- en “la tregua”. Parecería como si el tedio de la rutina sin sentido solo podría ser exorcizado con ese ritual que consiste en sacrificar –aunque sea simbólicamente- a un compañero inocente. Sierra es despedido a causa de una broma que sale mal, Santini renuncia después de sufrir una cargada general, y Olmedo hace tambalear su estabilidad solo por ceder a las declamaciones de sus amigos.
En “las formas elementales de la vida religiosa”, Emil Durkheim demuestra que los pueblos primitivos tienen dos tipos de actividades: las que corresponden al trabajo –caza, pesca, guerra- y las del culto religioso, íntimamente relacionado con los días festivos (el culto es una forma de recreación: pensemos en las fiestas religiosas). Este dualismo entre tiempo profano (vida laboral) y tiempo sagrado (religión, juego) aparece sutilmente en el mundo laboral de la indusrealidad (4). Para romper la sincronización del tiempo que el ritmo fabril de la maquina impone a todos los trabajadores – el tiempo profano, representado en el agobiante “de nueve a cinco”, aun vigente en economías subdesarrolladas como esta- los empleados realizan pequeños rituales-juego (tiempo sagrado), para poder liberarse de la linealidad temporal. Esa liberación  momentánea y exaltada en forma de sacrificio ritual busca oponerse a la lentitud y continuidad del tiempo profano, del trabajo. Las victimas suelen ser elegidas entre aquellos miembros de grupo que desentonen con el resto.
Esto último trae a colación la ya citada presión de grupo. Como observo Sergio Renán con respecto a su película, en esos microcosmos laborales se impone el pensamiento único, los que tienen una identidad diferente generan cierto resquemor, y son perseguidos.  Santini era homosexual, Sierra quería ganar el prode para ser millonario y dejar de trabajar, Olmedo no encajaba en el estereotipo del marido que desprecia a la mujer –“la bruja”, sino que por el contrario hablaba de ella con admiración. Lo que suele suceder es que los inquisidores no son personajes diabólicos, por el contrario, se trata de personas comunes, amables, hasta bondadosas en otro contexto. Tal como los participantes del test de Milgram que sin necesidad de ser sádicos patológicos administraban descargas de 300 voltios a  inocentes, los integrantes del microcosmos laboral son capaces de herir a sus pares sin necesidad de maldad intrínseca.


Puede parecer una exageración valorar tan positivamente estas películas livianas. Sin embargo, considerarlas despectivamente también es demasiado.  Es mas prudente rescatarlas sin caer en la benevolencia y en la forzada aprobación que suele darse a todo producto cultural del pasado (como hicieron algunos críticos con los films de Armando Bo e Isabel Sarli, considerados ahora “neorrealismo italiano” o vanguardista cine de autor) (5). Volvamos entonces a Borges. Fue el mejor escritor de todos, un glosador sarcástico de la realidad, y su obra es riquísima y profunda como pocas. Pero eso no le impidió posar su interés en ciertas manifestaciones de la cultura de masas: las inscripciones de los carros, la arquitectura de arrabal hecha por albañiles, los tangos primitivos y picarescos, los westerns. Podemos permitirnos una actitud semejante, sin temor a simplificarnos y a la vez sin necesidad de abandonar la cultura y el pensamiento complejo.

Por otra parte, se debe recordar que Olmedo fue un artista desdeñado. Su público lo amaba, pero la intelectualidad, la academia y la crítica lo ubicaron con menosprecio en un lugar de segunda, ignorando sus méritos artísticos. Le toco vivir una época prejuiciosa, en la cual las etiquetas y los escalafones inmovilizaban carreras enteras. Siempre fue sindicado como un cómico chabacano y vulgar. A eso respondía burlándose de sí mismo, lo que denota inteligencia (6) Muchos artistas son incapaces de hacer lo mismo, demostrando una solemnidad que se parece a la soberbia.  Sin embargo, a pesar de esa flexibilidad, Olmedo se sentía vedado por las críticas. Javier Portales conto que, en una oportunidad, le consulto sobre un nuevo guion que la productora Aries le había acercado. Portales le recomendó sin dudar que aceptara. Pero Olmedo lo rechazo. Se trataba de “plata dulce”, y su personaje fue interpretado por Julio De Grazia. Si hubiera vivido esta época menos estigmatizante, seguramente hubiera dado el salto, tal como lo hizo Francella, al que nadie le quitaría su galardón de actor “serio” por venir de la comedia picaresca. Quizás ese salto podía haberse materializado en un proyecto que lo entusiasmó: interpretar al personaje principal de “a sus plantas rendido un león”, la novela de Osvaldo Soriano (7). Corría el año 1988, y Olmedo estaba en tratativas con el autor del libro para encaminar el asunto. Pero la muerte arruino todo, como siempre.



1) Es difícil no caer en la tentación de una analogía entre esa escena ficticia y otra escena lamentablemente real. Una patota de hombres lleva, desnudo en el baúl de un auto, a una persona. La bajan en pleno centro, frente al obelisco, y lo dejan allí abandonado, después de fusilarlo. Esto es lo que sucede en la película, pero allí el hombre es víctima de una despedida de soltero –ese absurdo ritual varonil-, y el fusilamiento consiste en bombazos de harina y huevos. Casi un año y medio después, esa escena se hizo realidad. Una patota de la dictadura llevo a un detenido hasta el obelisco y lo acribillo, esta vez a balazos.)

2) Oscar Viale tiene un pequeño cameo en “mi novia el”: es la persona con la que tropieza Olmedo cuando sale huyendo del negocio de lencería. Durante la dictadura, Viale tuvo que exiliarse en España.

3) En un reportaje televisivo del año 1974, con la modestia que lo caracterizaba, Olmedo contaba como iba a ser  “mi novia el”: “…es un libro de Oscar Viale, un muchacho que hace un teatro mas comprometido, y la película va a ser un poco mas comprometida. Va a ser tratado el machismo, el machismo argentino; va a ser una película con algunos ribetes graciosos por las situaciones pero en el fondo va a ser amarga. Pienso que va a ser una película tipo italiana… en fin; pienso que un trabajo mas importante para mi carrerahttps://www.youtube.com/watch?v=Z5JZgbe0VUA

4) “indusrealidad” es un término acuñado por Alvin Toffler para designar la concepción del mundo durante la época de la sociedad industrial: “es el bagaje de premisas empleadas por la civilización de la segunda ola”. Esto implica, entre otras cosas, un concepto del tiempo humano sincronizado en consonancia con los ritmos de la máquina, por lo cual se estandariza casi universalmente la jornada laboral de manera repetitiva e inamovible. Vease “la tercera ola”, volumen 1, Hyspamerica, 1985

5) ver por ejemplo Armando Bó e Isabel Sarli El buen salvaje y la mujer codiciada”, por Gustavo Castagna http://www.hamalweb.com.ar/armandobo.html

6) En el sketch de Álvarez y Borges, solía hablar en tercera persona de sí mismo, etiquetándose con todos los epítetos que la crítica le otorgaba. En “expertos en pinchazos”, se encuentra con el Capitán Piluso. Después de ver como este hace una gracia frente a una platea infantil, Olmedo exclama con fastidio: “siempre las mismas boludeces…” En otra película, Moria Casan le realiza un falso reportaje, en el cual Olmedo contesta despectivamente sobre el teatro de revista y trata de parecer un hombre sofisticado y culto: https://www.youtube.com/watch?v=ZSmYJoDGZJI

7) “Cuando salió el libro, se ve que Olmedo lo leyó y se enamoró, porque me llamo una vez a las tres de la mañana a casa para decirme que lo quería hacer. Yo le conteste que había una opción pagada por un productor pero que en efecto se había pensado en el como el cónsul Bertoldi, cosa que era cierta pero que él no me creyó del todo. Tenía una relación con los intelectuales muy difícil. Cuando le manifesté mi admiración no sé si me creyó. Se desvalorizaba mucho. A mí me parecía que lo que había que explotar era su veta dramática o tragicómica, no meramente cómica.” Entrevista de Rolando Graña a Osvaldo Soriano en El Porteño, Noviembre de 1990



Olmedo: reivindicación, rechazo y reivindicación otra vez (parte 2)




(dibujo de Alfredo Sábat, extraído de la Revista Barcelona, año 6 núm. 150, 19/12/08)

El mundo intelectual suele considerar que las  películas de Olmedo y Porcel son ejemplos de cine complaciente con la dictadura militar. Es una apreciación al menos cuestionable. En primer lugar deberíamos distinguir entre aquellas películas que fueron panfletos evidentes a favor del proceso y aquellas otras que no cuestionaron pero tampoco defendieron.
Por otra parte, la saga de Olmedo y Porcel  empezó antes de la dictadura. La primera se estrenó casi al inicio de la primavera camporista, y para el 24 de Marzo del 76, ya se habían hecho cuatro.  A diferencia de las vergonzosas películas que hicieron Palito Ortega, Carlitos Bala y Los Superagentes, las del dúo cómico carecen de toda referencia velada o explicita a favor del régimen: no muestran a justos y heroicos parapoliciales luchando contra subversivos inmorales y asesinos. Ni siquiera aparecen policías en ellas, y cuando lo hacen, tienen un papel secundario carente de todo simbolismo, tan solo al servicio de algún gag de los comediantes principales.
La excepción es de 1978, año del fraudulento mundial de futbol. Hugo Moser, defensor confeso de la dictadura –incluso en plena democracia- dirigió un despreciable panfleto llamado “Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo”, en el cual los cómicos se engolosinan dando vivas a la grandeza de la Argentina, que ha demostrado con el triunfo deportivo lo derecha y humana que es. Así que esta película lo ubica a Olmedo en la misma categoría en la que están los actores de “la fiesta de todos”, un film inequívocamente propagandista de la dictadura militar, a pesar de que su director, Sergio Renán, considere que es injusto considerarlo así. Basta solo con prestar atención al título para comprender la postura del film: no podía ser de todos una fiesta que se hacía en un país con presos políticos, secuestrados, desaparecidos, asesinados y perseguidos. Exactamente a los veinte segundos de iniciada la película, aparece un primer plano de la cara de Videla, repetido a los 40 segundos, mechado con una bandada de pacificas palomas que levantan vuelo. Hugo Sofovich y Mario Sábato también aportaron su esfuerzo creativo al guión de esta infamia cinematográfica.

Volvamos a las películas de Olmedo y Porcel.  Se puede intentar una clasificación de toda la filmografía del periodo 1973-1988, incluyendo tanto ejemplos del dúo, como de Olmedo solo.

Olmedo en el llano: incluye las películas en las cuales Olmedo y Porcel representan a dos tipos que se creen piolas pero en realidad son dos nabos. Ejemplifican el biotipo del porteño canchero, que se considera irresistible con las mujeres, sabedor de todos los trucos, mas vivo y mas astuto que cualquiera, con dotes como para aventajar a los demás en beneficio personal. Ese autoengaño se va cayendo a pedazos a lo largo de la película: las mujeres los desprecian o los consideran degenerados abusivos, los que parecían mas tontos que ellos terminan ganando, las empresas que acometen fracasan una tras otra, sus ardides de estafadores son descubiertos, etc. Al final, pierden la partida, y para peor, jamás reconocen que son dos imbéciles. Las mujeres mas pulposas, a las que ellos intentan ganar por medio de la fuerza o el engaño, nunca acceden a sus requerimientos amorosos. Por lo general en estas películas Olmedo y Porcel nunca cogen, y si lo hacen, esto les resulta oneroso y conlleva un castigo posterior (las esposas los cachan, los jefes los echan, las amantes se van) Invariablemente, representan personajes de modesta posición económica: empleados rasos, comerciantes de poca monta, profesionales sin éxito, buscavidas, obreros del montón.
Estas son las películas mas efectivas de todas, precisamente por la falta de efectividad de sus personajes: es el viejo recurso del bombero que intenta apagar el fuego pero lo aviva, o del policía que intenta detener al ladrón pero sin querer lo favorece; es decir, el torpe que sigue adelante con su torpeza, recurso que fue utilizado en miles de comedias de todo el mundo.
La mayor parte de la filmografía se encuentra aquí, con mejores o peores resultados.

Olmedo en el poder: incluye las películas en las cuales Olmedo personifica a sujetos prestigiosos y encumbrados: ejecutivos, empresarios, respetables abogados. A la inversa de la primera categoría, estos hombres generalmente se sirven de las asimetrías de poder que los favorecen para conseguir beneficios personales -casi siempre mujeres-. Dado que corren con ventajas, no suelen fracasar en sus intentos.
Aquí encontramos a las peores películas de la serie. Olmedo genera empatía y risa cuando es un ramplón o un miserable apesadumbrado por su inferioridad de condiciones, tal como reseñamos al tratar sus personajes televisivos; en cambio cuando se convierte en poderoso y exitoso pierde toda gracia, a menos que ese poder se presente descosido y rotoso –el dictador de Costa Pobre, el manosanta- . En estas películas –no casualmente, las menos conocidas de la serie- Olmedo es menos Olmedo que nunca.

Olmedo contrariado: Incluye las escasas películas en las cuales el personaje de Olmedo se encuentra atribulado por algo. Es un Olmedo que puede tener rasgos de viveza criolla –como los de la primera categoría-, pero su rasgo principal es la duda, la inseguridad de carácter, incluso la desdicha. Estas son las mejores películas de Olmedo, las mas alejadas de las chacotadas habituales, las que dejan un sabor amargo al final, a pesar de seguir siendo comedias ligeras.



De la primera categoría podemos rescatar especialmente a “las mujeres son cosa de guapos”. A diferencia de las otras, aquí tenemos algo mas que una serie de gags hilvanados. Tenemos una historia de fondo. Aun mas: tenemos un sainete criollo.
Recordemos algunas características de ese género teatral. Sus personajes (estereotipados en beneficio del entendimiento del público), su ambientación y sus conflictos tenían que ver con la argentina inmigrante de principios de siglo. Su escenografía era invariablemente un conventillo, en el cual abundaban la picardía criolla, los guapos y las percantas.  Los conflictos sentimentales estaban a la orden del día, y si bien las obras eran humorísticas, había una nota trágica. En definitiva: un género típicamente porteño.
El sainete, además, era una forma de reflexión sobre la situación del país y sobre las condiciones de vida de las clases subalternas.
Todo esto es “las mujeres son cosa de guapos”, un sainete criollo sin conventillo.

La acción transcurre durante la denominada década infame. Años 30. Jacinto (Porcel) y Rufino (Olmedo) son dos peones rurales, conchabados a la fuerza por el caudillo conservador de la ciudad, un Javier Portales que bien podría ser Alberto Barceló. La mano derecha del caudillo es un guapo violento interpretado por Rodolfo Ranni, que bien podría ser un Ruggierito sin carisma. Los conservadores representan toda la podredumbre institucional de esa época: se sirven de compadritos de ocasión para imponerse en las barriadas, regentean prostíbulos, cometen fraude en todas las elecciones y asesinan a todos los opositores que pueden hacerles sombra. Son los vivos, los inmorales. Sus adversarios, los radicales, son todo lo contrario. Serios hasta la medula, formales, poseedores de una moral rayana en lo monástico; hasta se podría decir que son tediosamente acartonados. Pero por sobre todo, defensores de la democracia y de las instituciones. Este conflicto moral también es propio del género. Olmedo y Porcel se encuentran justo en el medio: son forzados a servir al caudillo conservador, pero en el trayecto conocen a dos mujeres que están allí luchando por sus causas individuales, que son a la vez la causa de la oposición. Susana Giménez es la viuda de un candidato radical asesinado por Ranni, y Moria Casan es la hija de un bodeguero mendocino estafado por el caudillo. Como suele pasar en estas películas, los dos cómicos se creen mas vivos que todos, pero resultan ser dos inútiles. Ellas, que son mas lucidas, se aprovechan de ellos para lograr sus objetivos. Ellos, medio para levantárselas y medio para evadirse de la servidumbre, aceptan colaborar.
Al final, el abuso conservador es vencido. Los fraudulentos son neutralizados y deben obedecer el juego democrático.
La película se estrenó en 1981, durante la dictadura cívico militar, que ya llevaba 5 años usurpando  el poder. El presidente de facto era Roberto Viola.

Para ser una modesta comedia ligera interpretada por dos cómicos populares,  la escenografía, las locaciones, la vestimenta y el tipo de lenguaje utilizado son de una calidad notable. Hay detalles que además de totalmente verosímiles, son fieles a la época que representan (por mas que algunos sean anteriores a la década del 30): el italiano del organito para que baile Olmedo con Porcel –al principio, el tango se bailaba entre hombres -, el descascarado patio del prostíbulo con las sillas a la intemperie donde los hombres esperan su turno, el café con su boiserie y sus botellas. No hubo chapucerías en la decoración del prostíbulo “de lujo” –así lo revela el esmerado moblaje, el papel tapiz de colores recargados, los gruesos cortinados de lujo- ni tampoco fue apresurada la elección de los exteriores: no hay fachadas modernas, ni calles asfaltadas, ni casas que desentonen con el espíritu de época. La mesurada dosificación de terminología arcaica (rana, chafe, maula) completa la ilusión.
Olmedo hace de las suyas cuando debe dar un discurso en un acto proselitista. Tal como había aprendido de Fidel Pintos, despliega una sanata. Habla sin decir nada con el tono típico de todos los políticos que están en un acto –que impostadamente cambian de entonación y de cadencia como si la altura de la tarima les impidiese hablar de la misma manera que al ras del piso-.
El final se aleja de los nefastos remates de otras películas: en “expertos en pinchazos”, el peor de todos, Olmedo y Porcel, entre risas cómplices, drogan a las dos protagonistas para poder violarlas. En “las mujeres son cosa de guapos”, por única vez, las mujeres deciden tener relaciones con ellos, como premio por haberlas ayudado a vencer a los fraudulentos conservadores. Por lo menos, es un avance.